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Lecturas del otoño 2021: Jordi Amat, Santiago Lorenzo, Belén Gopegui, Daniel Pennac

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Repaso de lecturas otoñales, variaditas e interesantes:

- El hijo del chófer, de Jordi Amat. Llego un poco tarde, y llego ya casi con buena parte del libro destripado, vía comentarios en RRSS y reseñas en prensa. Pero ha dado igual, ha compensado leerlo. Últimamente siento que las pocas posibilidades de encontrar verdad en la prensa se encuentran alojadas en Sucesos. Y Amat transita de la sección de Sucesos a la de Política, pasando por Medios y Cultura, a través de la figura de Alfons Quintà. Quizás la principal pega (obviamente no responsabilidad del autor) del libro es que, en cierta medida y pese a ser mucho más, se puede encajar dentro de la categoría de "libros sobre el Procés", y esa es una categoría que, a estas alturas, me resulta aburrida y satura. Pese a eso, lectura recomendable, bien trabajada y con un tono y enfoque que podría y hasta quizás debería ser más frecuente: imaginemos otro libro así sobre Miguel Blesa, por ejemplo.  

- Los asquerosos, de Santiago Lorenzo. Otro libro al que llego tarde, pero no importa. El tono, el lenguaje, la mirada, el humor... sorpresivo y juguetón, un gran libro, y sobre todo un gran libro inesperado. El ejercicio de extrañeza, de distanciamiento, que sirve para desvelar lo que parece obvio y convertir en humorístico lo que parecería normalizado, es el gran juego del libro. Y esa extrañeza es aportada por aquel que observa o narra desde un lugar intencionalmente periférico, distanciado. Si tenemos en cuenta que en este caso son "periféricos" tanto el autor como el personaje central (observando a escondidas y pasando desapercibido incluso en el territorio que alguna vez dominó) y la voz que narra (tan distante de los sucesos, sin acceso directo), es lógico que el libro esté precisamente lleno de extrañeza, y desde ahí surja su potencia juguetona: pocas veces un libro genera risa, Los asquerosos lo consigue con frecuencia.   

- Existiríamos el mar, de Belén Gopegui. Aquí no hubo tiempo a llegar tarde, lanzarme a por cada nueva novela de Belén Gopegui es casi un rito. Siempre libros ambiciosos, siempre lecturas exigentes. Quizás esta vez, una chispa más poético (más allá de los pasajes explícitamente en forma de poema), con alguna concesión más. Igual que otras veces, es extremo el cariño que reciben sus personajes: sus grupos humanos, unas veces más extensos como es el caso, otras más acotados, siempre están desafiados por la vida (por una vida cotidiana, insertos en una "peripecia sin incendios"), y pese a todo encuentran el hueco de la fraternidad. De alguna manera, podría decirse que un buen imperativo moral sería tratar a nuestra gente (o tratarnos) como Gopegui trata a sus personajes: con respeto, ternura, claridad cuando es necesario, haciéndolos sentir razonablemente encajados en un grupo o al menos en un sentido del mundo, sentido compartido que otorga a su vez cierto sentido a los actos particulares, incómodos con el mundo pero abordándolo o enfrentándolo desde un lugar que no es el puro malestar, que tiene una cierta ruta y una compañía para ella. Es difícil comparar, pero quizás sea el libro más reconfortante que he leído suyo.       

- Mi hermano, de Daniel Pennac. Lectura ágil, entrañable y afectuosa. La gran apuesta del libro, el juego entre el desarrollo de Bartleby, el escribiente, y el entendimiento de Bernard, el hermano de Pennac, no me agrada, lo que no significa que me desagrade el libro. Trataré de explicarme. Bartleby ya es personaje conocido, su historia la sabemos, de quién nos interesa saber y quién nos atrae es el hermano: logra Pennac que nos acerquemos a él con cariño e interés, nos despierta ganas de saber más. Su paralelismo con Bartleby nos da pistas, que no terminamos de poder completar. Puedo racionalizar que quizás ese ejercicio de dejarnos sin entenderle del todo, ni siquiera bastante, ni siquiera aproximadamente, pero a la vez esa capacidad de hacerse querer casi desde la simple presencia, parece ser lo que experimentó el propio Pennac (que logra transferir al lector esa incapacidad final sobre aprehender a Bernard así como también nos transfiere el afecto hacia él), y en buena parte es la belleza del libro. Insisto, puedo racionalizar que ese es el ejercicio del libro, usando a Bartleby como referente en ausencia de capacidad para entender del todo al hermano querido y perdido. Pero como lector, hubiera disfrutado más Bernard y menos Bartleby: ahora bien, pocas veces entiendes tan claramente que el libro no está hecho para satisfacer al lector. La pretensión de más Bernard y menos Bartleby es seguramente una pretensión imposible y por tanto irreprochable al autor, ya que me temo que al propio Pennac también le hubiese gustado en su vida más Bernard y menos Bartleby.  


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